miércoles, 29 de octubre de 2014

Son esas pequeñas cosas

No se puede amar el planeta en que vivimos si no se aprende a admirar la insólita grandeza de sus pequeñas expresiones. Eso no es fácil, el bombardeo mediático te maleduca siempre en la misma dirección: parece lícito admirar el aullido del lobo en la noche pero no el susurro testarudo de la chicharra al mediodía, el zarpazo mortal del oso en el hayedo milenario mas no el zumbido de la abejas melífera en la aridez esteparia o la berrea del ciervo en el mosaico de colores del otoño antes que el chillido nupcial del sapo partero en la nocturnidad desprovista de nubes del verano. 

Admirar lo pequeño, lo que se nos puede pasar desapercibido con facilidad, sin embargo, nos engrandece, se aumentan, así, la dimensión de nuestra sensibilidad y nuestras capacidades para entender las estrechas relaciones que se establecen entre la infinitud de componentes del medio natural.

Polyomattus icarus, reverso
La mariposa ícaro, Polyommatus icarus, de un tamaño algo mayor que el de una polilla, es una más que digna representante de la familia Lycaenidae y una de esas pequeñas expresiones de la naturaleza que no es difícil que se nos pase desapercibida. La familia Lycaenidae es una de mariposas relativamente pequeñas que se caracterizan por mostrar en el reverso de sus alas multitud de ocelos negros sobre fondo pardo, azul, gris u, ocasionalmente, verde. Igualmente, por estar representada por machos de vistoso colorido en el anverso, la ícaro es buena prueba de ello, y por un notable dimorfismo sexual, esto es que la hembra y el macho son diferentes; las hembras, de hecho, no muestran colores tan vistosos en sus anversos. 

La Polyommatus icarus es una nimiedad, pero si ha llegado hasta nosotros, tras millones de años de evolución, es por algo. Bien lo saben las especies de hormigas de los géneros Lasius y Formica que, a finales del verano, se llevan las orugas de la ícaro a la profundidad templada de sus hormigueros. En ellos pasaran cómodamente el otoño, el invierno y la primavera y serán protegidas por las hormigas obreras del ataque de otros insectos, a cambio de un líquido azucarado que la hormiga exuda por unas glándulas situadas al final de su abdomen. 

Macho de mariposa ícaro, anverso
¡Ah! Se me iba a olvidar, es habitual encontrar a esta breve mariposa, como  me sucedió en Susín, con las alas dañadas como si hubiera querido, en sus magníficas acrobacias, volar muy, muy cerca del sol.

viernes, 24 de octubre de 2014

La rana y el románico

Hay días en que sales, fuera de ti, en busca de la naturaleza como un poseso y regresas a casa perdido, sumido en la desesperación; lo que esperabas encontrar parece evitarte. Otros, sin embargo, no sé sabe en respuesta a qué conjunción de planetas, te das con ella de bruces, por casualidad, sin planes previos, y lejos de quedársete cara de bobo, agradeces a montes, vientos y torrenteras el magnífico acontecimiento que han accedido a brindarte. 

También, en ocasiones, te parece increíble lo que lees e, incluso, alcanzas a dudar de las pruebas, presuntamente irrefutables, que demuestran que todo aquello que has leído y en lo que no puedes creer a pies juntillas, tuvo lugar tal y como te ha sido relatado.

A veces, todo lo anterior sucede en un mismo instante. 

Boiras, torrentes crecidos, rojos y amarillos: otoño
Hará una semana marché a pasar unos días al valle de Bujaruelo con el propósito de disfrutar de esa bella paleta de colores que es propiedad exclusiva del otoño. Tras una fracasada expedición al ibón de la Bernatuara, gracias a una boira más preta de lo que uno puede soportar, y después de haber conseguido secarme de toda el agua de la que el cielo había sido capaz de desprenderse en apenas unas horas, marché a darme un paseo por los alrededores del otrora hospital de peregrinos de San Nicolás de Bujaruelo, ahora refugio, en el que estaba alojado.

Refugio de San Nicolás de Bujaruelo
Decepcionado y dándole todavía vueltas a mi decisión de regresar antes de cumplir con el objetivo marcado, mi paseo estaba libre de pretensiones: quería aprovechar las horas restantes de luz, que no eran demasiadas, para admirar la belleza del paisaje y, de paso, reconciliarme conmigo mismo. Fue entonces cuando la vi, una torpe y voluminosa rana bermeja que cabalgaba por el pasto en dirección a la orilla del río. Tras seguir sus andanzas durante unos minutos, corrí a por la cámara de fotos confiado en que a mi regreso el batracio seguiría, más o menos, por el mismo lugar. 

Rana bermeja (Rana temporaria)
No me equivoqué, aunque me costó algún tiempo volver a dar con él. Confiado en que habría buscado refugio entre la maleza próxima al cauce, fue mi sorpresa confirmar su presencia en los cantos rodados de la glera del Ara, a pocos centímetros del agua en remanso. Lejos de detenerse, mientras yo le tomaba unas cuantas fotografías, continuó su caminar pesado hasta una piedra y allí se detuvo. Intrigado, me senté en la hierba para averiguar que finalidad tenía todo aquello. No podía evitar pensar en que a minutos de que la luz del día nos abandonara definitivamente, aquel orondo ser de sangre fría, había decidido plantarse en las proximidades de un torrente de gélidas aguas que abría camino a una brisa no menos gélida. A saber en qué estaba pensando: me preocupaba.

Al borde del agua
Puede que dudara de si saltar o no a la corriente, de la belleza del entorno, seguro que, como yo, de que en ese paraje y a esa altura, a unos mil cuatrocientos metros por encima del nivel del mar, con unos inviernos de cuidado, se construyera un hospital de peregrinos, una ermita y un puente y que aquello tuviera el ajetreo que debió tener durante la Edad Media. Si bien, aquellas piedras milenarias de la ermita desgajadas por el tiempo, y el clima severo de esta parte del Mundo, el puente y el refugio que había devuelto a la vida al vetusto hospital de peregrinos de San Nicolás, construido por la Orden de los Hospitalarios en el siglo XII, nos confirmaban infundadas nuestras incredulidades.

Ábside románico de la ermita de San Nicolás de Bujaruelo y puente sobre el Ara
Allí nos quedamos los dos, sentados a la orilla del río Ara, dudando de la realidad de aquellas piedras milenarias y agradeciendo a montes, vientos y torrenteras los magníficos acontecimientos que habían accedido a brindarnos.

La rana y el románico

martes, 7 de octubre de 2014

La araña, la mosca y la despensa

La Araneus diadematus es una araña difícil de confundir por la cruz blanca de su opistosoma, trazos característicos por los que recibe el apelativo de araña de la cruz. Recibe también el nombre de araña de jardín, pero así no hay manera ni forma de que sea determinada. ¡Pues anda que no hay arañas en los jardines! 

Cruz característica de la Araneus diadematus en el opistosoma
El caso es que durante nuestra última quedada en Susín para continuar recuperando el esplendor que nunca debería haber perdido, me encontré con una de estas arañas en el patio de casa Mallau mientras intentaba captar instantáneas de una mariposa blanca de la col libando de los dientes de león, aún en flor debido a un septiembre inusualmente cálido. No habría de quedarle mucho tiempo a esta hembra antes de poner su esférico saco de huevos en un lugar recogido y permanecer con él hasta su muerte a finales del otoño, para que luego se critique a las arañas. 

La presa ha caído en la tela
Pasé olímpicamente de las mariposas y me puse a la labor de tomar buenas instantáneas del arácnido. Lo tenía bastante complicado con el dibujo del opistosoma, que para que nos vamos a engañar es lo más atractivo de obtener, pues un montón de piedras me impedía conseguir el ángulo apropiado. Andaba yo eslomándome para solucionar esta cuestión cuando dio con su exoesqueleto en la tela una mosca sobre la que sólo puedo decir que no era una mosca común. La araña en principio no hizo ademán de haberse percatado de que su almuerzo acababa de caer preso en la red. No sé si tendría que ver con mi presencia y algún tipo de táctica evasiva, consistente en no delatar su situación, para lo que se mantenía quieta en el centro geométrico de la tela.

Enfocada, la araña de la cruz.  En primer plano, desenfocado, el díptero
Tras un primer intento de escapar de la seda captora, exhausta, la mosca dejó de moverse. Habiendo recuperado el resuello, se lanzó a un segundo intento. En esta ocasión la araña no sólo dio claras muestras de saber lo que se cocía en su tela, en nada se desplazó por el hilado y descargó sobre su víctima, con sus quelíceros, el golpe mortal. 

Primer plano del golpe mortal
Una vez inmovilizada, la araña se llevó con ella al díptero de vuelta al centro de la tela. No la envolvió en seda, aunque sí que es posible que segregara sus jugos gástricos en el interior de la mosca para iniciar su exodigestión. Yo seguía dale que te pego con la cámara, intentando recoger todos y cada uno de los movimientos del depredador; es increíble con que agilidad se mueven estas arañas por las telas que tejen. Suelo ser escrupuloso con los códigos éticos que se han de seguir siempre que uno trata de fotografiar y estudiar animales, sean de la condición que sean, pero tarde o temprano mi presencia había de alertar a la quelicerada y como buena araña de la cruz, corrió a ocultarse, sin abandonar su presa, en una hoja al canto de su tela.

La araña no envolvió en tela a su presa
Las Araneus diadematus hacen uso de una hoja cercana a su tela para descansar. No era la primera vez que observaba este comportamiento, salir por patas en dirección a donde ésta se encuentre, sin embargo, sí que fue la primera en la que paré cuenta de que en ese recoveco quedaban, lo que parecían, restos de anteriores presas. ¿Una despensa? ¡Una despensa! 

La despensa
No investigué más, yo tenía lo que quería y esta campeona se había ganado que la dejaran en paz. Marché a devolver piedras a su sitio con la seguridad de que si en vez de una mosca, en la red hubiera caído un tierno conejito, la mayoría de las personas que leerán este post habrían echado peste de mi amiga. Qué daño ha hecho Bambi, la película de Disney, a nuestras apreciaciones sobre el planeta en que vivimos: los depredadores ya no tienen ni derecho a existir.