Literaria

Él traía sal y arena en el empeine, una fina fragancia a pescado adherida a la chaqueta y cierta apacible humedad incrustada en las perneras. Abría la puerta de la casa y ahorcaba su abrigo de la percha. Ya en la adusta mesa de la cocina, se servía un plato humeante y sentaba a sacarle al caldo su sabor y al pensamiento sus aristas. No decía nada. No era necesario. Durante el largo paseo por la ventosa orilla se había mantenido, firme y resoluto, en el agrio combate con su indeseada condición de náufrago. Preguntándole al silencio, por el sonsonete con que va a reparar haber perdido las grullas en el cajón fructuoso de la primavera. 

Laguna de Gallocanta, 25 de marzo de 2017.

1 comentario: