jueves, 17 de noviembre de 2016

La Sierra de Albarracín en Bicicleta: Griegos-Griegos

Aprovecho que el Guadalaviar pasa por Albarracín y me apunto a disfrutar de un fin de semana de orquídeas con quien se tercie. Me explico, AETSA, la Asociación de Empresarios Turísticos de la Sierra de Albarracín, organiza unas jornadas de orquideología en tres fines de semana. El último, que hoy comienza y mañana se clausura, está convocado en Guadalaviar, el pueblo, no el río. Así que decidí, en su momento, aprovechar mi paso por aquí y apuntarme al sarao y pensé, también en ese preclaro instante, dormir en Guadalaviar, y no en Griegos. Pero tocan campanas de boda; no hay alojamiento en el lugar, los convidados al casorio invaden hasta la última habitación disponible, así que pernocto en Griegos. Bien de mañana habré de desplazarme para tomar parte en la jornada de orquídeo-maniacos en Guadalaviar, no en el río, en el pueblo. 

Desciclo la dehesa, que ayer tarde ciclara hasta la ermita de la Magdalena, y prosigo recto, eludiendo el desvío a Villar del Cobo. Hago mi triunfal entrada en el lugar de convocatoria, en la plaza de Guadalaviar, con todos los asistentes a la fiesta ya en el punto de encuentro. Miradas de asombro. Qué bien me lo paso con estas cosas.

Saludo a Begoña, gerente de AETSA, a quien ya conozco del festival de El Pobo, quien está a cargo, en el apartado logístico, de la fiesta. Me alegra coincidir con Uge, al que tengo en gran estima. Cuyo trabajo admiraba ya tiempo antes de conocerle personalmente y cuya sencilla humildad, engrandece todavía más ese trabajo. Y conozco a José Beneito, que se va a encargar del apartado técnico del festejo, del que, desde meses atrás, sé pulular por el ciberespacio y que sabe mucho y, lo que es más importante, es más majo que las pesetas.

Caballos bebiendo en la fuente Feliz
Primera parada, fuente Feliz. He dejado la bicicleta candada en Guadalaviar y me he sumado a uno de los vehículos privados de combustión interna, hoy descanso. Recién descendidos de los autos nos recibe un puñado de caballos imponentes, un racimo de equinos magníficos cuya curiosidad acerca hasta nuestra posición. Beben agua. Beben el agua de la fuente y el paisaje queda reducido a su estructura magnífica. Ojos, no tenemos que para ellos. 

En el merendero de la Fuente nos presentamos, cada cual a su estilo y desde ese primerísimo segundo, a partir del que queda definitivamente conculcado el derecho al anonimato, claro queda quien va a dar la nota, sin descanso, lo que dure este tiempo en común. Y no voy a decir más porque a mí no me gusta hablar. El grupo es, sin embargo, heterogéneo y la diversidad es siempre bienvenida, aquí y en Sebastopol. 

Damos una paseo. Buscamos orquídeas, es obvio. Está todo más seco de lo que la fecha en el calendario gregoriano vigente haría presagiar. No ha llovido esta primavera ni en los tempranos días del verano. A pesar de la coyuntura climatológica, agradecido es el entorno y las primeras especies se asoman a nuestra mirada infantil con rapidez. Todos sacamos fotos. 

Dactylorhiza elata
Con todo el pescado vendido, regresamos a los vehículos y partimos en pos de otro lugar en que probar suerte. En algún punto de la Muela de San Juan aparcamos los utilitarios y almorzamos. Begoña, concienzuda defensora de todas y cada una de las virtudes de esta extremadura aragonesa, ha traído productos de la gastronomía local en un entrañable capazo de esparto: queso de Ródenas y pan, jamón y embutidos de Bronchales. El menú-degustación es de primera, lo que confirma la fruición con la que dan buena cuenta del mismo los comensales. En la parte que me compite, tanto el queso como el pan están para rechuparse los dedos.

Me maravilla que, en el desbarajuste demográfico que es la provincia de Teruel, sucedan, con inusitada frecuencia, estas personas enormes que aman la tierra en que viven y que trabajan, desde sus destrezas, y en la medida de sus posibilidades, para que deje atrás el estado de abandono en que se encuentra y pueda entrar con pie firme en el futuro inmediato. Un puñado de nombres y apellidos se me vienen a la mente de inmediato.  Siempre, por nimio que sea, queda un rescoldo encendido en esa gran hoguera en potencia que es la esperanza. Y siempre, deseo que algo de lo que de ellos aprendo, quedé para mí.  

Concluido el ágape, damos otro paseo a ver qué nos encontramos, que es poca cosa, por la fuente de La Malena, que nos coge de paso, y después a Griegos a comer.  Creo recordar que para los "raritos" el menú, en el Hostal “La Muela de San Juan”, fue ensalada de rulo de cabra, un clásico, y pasta con hongos, un no tan clásico. Todo estupendo. Buena mano tuvo, y tiene, la cocinera, e imaginación.  Antes de entrar a comer, de esas cosas que sólo suceden en Teruel: en la plaza un remolque para ganado muestra, sin complejos, una matrícula escrita con rotulador sobre un pedazo de cartón y, el pedazo, sostenido a la carrocería con cinta americana. 

Spiranthes aestivalis
Lo de las orquídeas es un no parar. Tras los cafés marchamos en pos de nuevos ejemplares. Uno en particular lo tiene José localizado en el rebollar por el que ayer circuló mi burra. Está todo bastante seco, pero por probar, en principio, poco se pierde. En principio. En aquella costera del demonio más de uno está a pocas de dejarse los cuernos. Nos entra el sentido común a tiempo y, con bien de cuidado, descendemos al lugar en que aparcamos los coches. 

Qué locura, todo eso por una flor, una flor diminuta y de esplendor fugaz. Lo que mola son los videojuegos y las viviendas unifamiliares adosadas, pensará alguno. Jardines dirigidos a conciencia por la mano del hombre, sin pendientes en que arriesgar la crisma, con setos bien perfilados, a podadera, bien perfilados e inmutables. Ahí radica, sin embargo, la magia de las orquídeas. En esa carrera evolutiva de la que todos formamos parte, que a nosotros nos ha conducido a tener la supervivencia de la vida del planeta, tal y como la conocemos, en nuestras manos, a ellas las ha llevado a botánicas cotas insospechadas y sin necesidad de tener, en sus manos, la vida de nadie. Han desarrollado, a resultas, miles de estructuras florales diferentes, con miles de tonalidades distintas, combinadas al capricho de Darwin. De este modo, se ahorran el coste energético que supone la producción de néctar, sin renunciar a los insectos polinizadores, que dócilmente caen en el engaño que tejen sus flores. Y han reducido al máximo el peso de su simiente para que sea esparcida por el hermano viento lo más lejos posible. Ahí el riesgo, pero quien no arriesga no prevalece: la simiente habrá de encontrar cuanto antes el hongo, uno en particular que en micorrízica asociación, contribuya a que la nueva plántula adquiera del sustrato, en las mejores condiciones, los nutrientes que le resultarán imprescindibles para su pervivencia. El malabarismo evolutivo es de aúpa.  No sé si son estas las razones que guían a muchas personas a buscar orquídeas cuando asoma la primavera. Son las mías. 

Rebollar en La Solana
Se da por terminada la jornada. Nos encaminamos a Guadalaviar, al pueblo, no al río. Allí he dejado la bicicleta, confío, bien candada. Aún he de regresar a Griegos. Pero la noche es joven y las horas de soledad, de las jornadas pasadas, pesan un algo. Así que nos vamos de bares por el pueblo, que no solo se vive del medio natural. Es más, en lo que concierne a estas latitudes, el medio, de natural, tiene más bien poco y comprenderlo, interpretarlo correctamente, pasa por comprender los usos, intentarlo al menos, de las gentes que han modelado este paisaje. 

Es este el país de los trashumantes, ganaderos que cada invierno se desplazan al sur con sus rebaños, a pie, en busca de los pastos que el clima serrano no les puede proporcionar. Andalucía y La Mancha son los destinos; a centenares de kilómetros de aquí han residido ellos y sus familias, desde siglos atrás, una parte importante del año. En tiempos, todos cruzaban la Península durmiendo al borde del camino semanas enteras, ahora los hijos y las mujeres lo hacen en automóvil, para que aquellos no pierdan compás en sus clases. Su legado, el de estos esforzados zagales, es el vínculo último que nuestras sociedades mantienen con ese nomadismo que nos vio nacer en el África profunda y nos esparció por los cinco continentes. Quien crea que vine sólo a buscar paisaje, se equivoca. 

Paisaje agroganadero 
Una de las personas con las que comparto cervezas esta tarde es Humi Martínez, guía del Museo de la Trashumancia de Guadalaviar, que fue trashumante durante años y cuyo caudal de conocimientos, en relación a esta hermosa forma de vida, presumo ingente. Al igual que la enorme cantidad de cultura de otros lares que estos ganaderos nómadas han integrado, no sólo en las costumbres de Guadalaviar, en las de toda la extremadura aragonesa, y de la que Humi da breves, pero sólidas pinceladas. Me quedará pendiente la visita al museo, una excelente excusa para regresar.

Se ha feito de nueit, que diría Pepe Lera. Es momento de regresar a Griegos, donde pernocto. Jornada redonda, pienso para mí al pedalear en la oscuridad ataviado con el casco, el frontal y el piloto, rojo e intermitente, trasero. Una formidable sapa se cruza en mi camino a pocas de llegar a mi destino. La aparto con veneración, soy consciente de mis deudas con ella y de que está prohibido hacerle daño. En unos minutos me acostaré y algo me dice que, quizá sólo por un rato, me sentiré enormemente bien soñando con ser, yo también, en algún momento en el futuro, trashumante.

Hembra de Bufo bufo

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