domingo, 23 de marzo de 2014

Mirad por vuestra ventana

En el jardín de enfrente de mi ventana hay plantados una catalpa y un cedro preciosos e imponentes. Por la sombra que proyectan han pasado papamoscas cerrojillos, zorzales, colirrojos, picarazas, tórtolas, lavanderas, torcaces, carboneros, verdecillos, cotorras argentinas o gorriones, según la época del año. Tan bullicioso tráfico me obliga a trabajar en mi despacho con los prismáticos al alcance de la mano y el cuaderno de campo abierto, aunque en este particular sea preciso tomarse lo de “de campo” con cierta distancia. La pequeña habitación a rebosar de libros se ha convertido en un escondite idóneo para observar los diversos acontecimientos que toman forma a escasos metros de donde paso la mayor parte del día, como puede desprenderse de mis declaraciones, haciendo como que trabajo. Quien dijo que para vivir la naturaleza había que salir al campo, es obvio, no sabía lo que decía.


La particular atracción de esta semana se la debo a dos palomas torcaces, quienes no sé muy bien si por lo civil o por lo religioso, han decidido unir sus destinos y construyen su nido a escasos metros de donde el cedro toca a su fin. No es la primera vez que estos colúmbidos sacan adelante su pollada en el árbol, pues a finales del pasado verano otra pareja, puede que ésta misma, aunque no puedo confirmarlo debido a que los maleducados no entregaron tarjeta de visita, ya dispuso en él su nido, eso sí, a menor altura. Además, en la catalpa contigua, hasta hace unos meses, aguantaba muy deteriorada una plataforma construida a base de ramitas que, todo apunta, también se trataba de un nido de paloma torcaz que, incluso, curioseó una pareja, entiendo, con la esperanza de que reuniera las condiciones para sacar adelante su progenie sin decidirse a utilizarla. He de imaginar que el cierzo, amo y señor de estas calles, dio en tierra con el amasijo de maderas minúsculas.


La semana, para mis nuevos vecinos ha sido, en verdad, muy intensa, frenética. Él no ha parado, siendo muy numerosos los viajes que ha llevado a término para aportar material. Ramas de distintos espesores y longitudes las ha transferido a la hembra, constante y concienzuda tejedora de la plataforma, durante todo el día, desde el amanecer hasta el ocaso. Ella no se ha movido, es cierto, apenas de la frágil plataforma de ramitas entrelazadas, ha permanecido en su centro y maniobrado desde allí, imagino que para mejorar la estabilidad de la construcción. Puede parecer a primera vista una tarea más descansada, pero tan pronto terminaba de colocar una de las ramas, estaba ya presto su compañero a entregarle otra más, a darle más trabajo. El ritual de entrega ha sido, con cada viaje, el mismo, el macho hacía servir de posadero una de las ramas próximas al nido, pero que no tenía ninguna relación estructural con la plataforma, entiendo que para no desestabilizarla. Una vez aquella dejaba de oscilar por el aterrizaje, iniciaba su acercamiento a la hembra y le hacía entrega de otra pieza más del puzle. Viéndolo ir y venir me doy cuenta de las cosas maravillosas de las que, algunas veces, se puede ser testigo sin salir, ni siquiera, de casa. Comprobadlo, mirad por vuestra ventana. Nunca se sabe.

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