jueves, 3 de abril de 2014

Arañas tigre

A cualquier persona en sus cabales le daría un soponcio de toparse con una araña tigre. Yo no debo estarlo: en su compañía jamás he sufrido uno. De hecho, he de admitir que estos enormes arácnidos me fascinan. Paso tiempo y tiempo observándolos absorto, admirando sus formas y tonalidades y tratando de obtener la mejor instantánea posible, dadas las limitaciones de mi equipo fotográfico. Puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que las Argiope –A. bruennich, A. trifasciata y A. lobata-, son unas arañas que no pasan, en absoluto, desapercibidas, ya sea por el tamaño de su resistente tela o por el suyo propio el cual, tomando en consideración la longitud de las patas, puede alcanzar un diámetro de unos diez centímetros. Pero, sobre todo, no lo hacen por sus colores, por los que reciben el apelativo de arañas tigre.


La primera vez que oí hablar de uno de estos arácnidos fue por mi buena amiga Nuria, la pobre se había dado de bruces con una hembra de Argiope bruennichi en el hortal –los machos son muchísimo más pequeños, lo del patatús es complicado con ellos-. Cuando pudo sacarse el miedo del cuerpo, tomó una foto, la publicó en la red y yo ya no tuve paciencia con esperar a verla. Fui desafortunado, para mi desgracia el animal puso sus ocho patas en polvorosa antes del feliz encuentro. Algún tiempo después la alegría llamó a mi puerta en los sotos del Jiloca. Aquel tropiezo fue el primero de muchos, de tantos que ya no me parecen tan excepcionales las citas, aunque me sigan emocionando. 

El arácnido es de muy fácil identificación por el color amarillo de su abdomen, recorrido por negras líneas sinuosas que le dan el aspecto atigrado que luce, igualmente, en sus patas pardas con anillos negros. Construye su tela, en la que se tiende cabeza abajo y que es también sencilla de reconocer por el estabilimento –zigzag de tejido que refleja los rayos ultravioleta y que contribuye a asegurar las capturas-, entre las hierbas altas y húmedas cercanas a la ribera. Suelen tejerlas muy próximas entre si, siendo, en consecuencia, habitual ver más de un ejemplar en el mismo sitio, cada uno en su seda. Me aventuro a plantear la hipótesis de que el motivo sea aprovechar los “túneles” que permite la vegetación, por los que seguro transitan con frecuencia los insectos que habrán de servirles de comida. En otro estado de cosas, si nos ponemos exquisitos –muy exquisitos, es cierto-, en el anverso del abdomen deberíamos identificar las dos aberturas que delatan un solo par de pulmones y el epigineo –abertura genital femenina de las arañas- en forma de lengüeta característico de la A. bruennichi y que permite diferenciarla de las otras dos representantes ibéricas del género. Aunque para estas exquisiteces deben apasionarnos las distancias cortas, lo que obliga a superar importantes barreras, algo que no está al alcance de todos.


Una vez dejados atrás los días de buen tiempo, soy consciente de que mis encuentros con las arañas tigre pasaran a mejor vida. Mi tío, que se lo pasa pipa viendo como el urbanita de su sobrino se entusiasma hasta lo insospechado y da voces y reparte alaridos con cada ejemplar que tiene la oportunidad de ver, también habrá de buscarse otro divertimento. La promesa de la primavera nos obsequiara, sin perjuicio de lo anterior, con nuevas y emocionantes citas que habremos de celebrar como se merezcan.

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