lunes, 19 de enero de 2015

European Tree of the Year

Antes de nosotros, del canto de los pájaros y del mamar de los animales noctámbulos, hubo árboles. Los hubo antes de que la reproducción se desligara definitivamente del agua, de que los trilobites desaparecieran para no volver y de que lo hicieran, también sin remedio, los dinosaurios. Y los hubo antes de que el primer homínido se irguiera sobre sus cuartos traseros, de que el primero de ellos pisara el continente europeo y de que se abandonaran la caza y la recolección de frutos por la agricultura y la ganadería.

En la ciudad japonesa de Hiroshima un árbol antiquísimo, un gingko, sobrevivió a la primera bomba nuclear a escasa distancia del lugar en que la execrable detonación, abrió paso a la inmunda belleza del hongo atómico. Las gigantes secuoyas rojas del Parque Nacional Secuoya de California tienen más de 2.000 años de vida y a su través se han horadado túneles cuyas dimensiones permiten, incluso, el paso de un automóvil, sin que hayan visto mermada, un ápice, su vitalidad. El Pino del Escobón, en Linares de Mora, ha sido súbdito de Felipe II, Felipe III, Felipe IV y Carlos II, sufrió la Guerra de Sucesión, las hondas transformaciones que vinieron con la derrota y pasó a serlo de la Casa de Borbón, derrotó a Napoleón, vivió las agrias disputas entre conservadores y liberales y hubo de oír el estrapalucio causado por las tres guerras carlistas, una primera república decepcionante y la restauración borbónica, fue testigo de la dictadura de Primo de Rivera y de una guerra civil devastadora, de una transición democrática con sus luces y sus sombras y lo es, ahora, de una crisis económica sin precedentes. Antes de nosotros, del canto de los pájaros y del mamar de los animales noctámbulos, hubo árboles y cuando marchemos, marchen los pájaros y se agosten todas las glándulas mamarias, también los habrá. 

Pino del Escobón en Linares de Mora
Existieron miríadas de árboles a los que no conocimos, no nos abrazamos a sus troncos dulces o rugosos, no calentaron nuestros cuerpos con las llamas benefactoras encendidas en sus ramajes secos, viejos y cansados. A los que vendrán no los conoceremos, no almorzaremos al cobijo de sus frondosas extremidades ni nos auparemos a su fuerte arquitectura. Y, sin embargo, hemos estado, estamos y estaremos en deuda con todos ellos por la atmósfera rica en oxígeno que permite que la vida, como la conocemos, se desarrolle en el planeta, porque alegran nuestra existencia con sus formas gráciles y elocuentes y porque son, a día de hoy, junto con el océano, la última trinchera ante el cambio climático. Se merecen algo más que caer bajo el astral inclemente del productivismo.

De vez en cuando, sin embargo, alguna cosa hacemos bien. La Fundación Asociación Medioambiental de la República Checa puso en marcha en 2002 una bella iniciativa, el concurso Strom Roku (Árbol del Año) para elegir a los árboles más queridos, los que han sido, de vez, parte de la historia y del día a día social y cultural de una comunidad, que muy bien pueden estar lejos de ser los más raros, grandes o hermosos. Así, se perseguía fomentar esa beneficiosa relación entre las personas y los viejos árboles, que cabe no olvidar que en su día fueron jóvenes, y mejorar la concienciación ambiental.

Árbol Europeo del Año
Desde sus inicios, la idea no ha hecho sino crecer. En Chequia se pasó de 1.400 personas participantes en 2002 a 87.000 en 2008. En 2007, visto lo visto, a la Fundación Ekópolis, con sede en Eslovaquia, le dio por organizar un concurso similar. La cosa no se detuvo aquí y entre los años 2011 y 2014 la iniciativa se internacionalizaría a lo bestia con la adhesión al sarao de Polonia, Hungría, Bulgaria, Rumania, Francia, Italia, Irlanda, Escocia y Gales.

La dinámica del concurso es bien sencilla. En una primera fase los ciudadanos proponen árboles que supongan un importante patrimonio natural y cultural que debe ser apreciado y protegido, que sean queridos en los territorios en los que se levantan firmes sobre la tierra, que tengan algo especial. Esto puede conducirse a título individual o de forma colectiva. Un grupo de expertos visitará los árboles propuestos y seleccionará una docena de entre todos ellos. En una segunda fase se abre una votación popular por internet, siendo la votación secreta durante la última semana sin poder conocerse cuántos votos llevan contabilizados cada uno de los árboles finalistas (magnífica iniciativa a tenor de en lo que se han convertido estas votaciones en los últimos tiempos). La votación resuelve qué árbol será el European Tree of the year (lo que viene a ser el Árbol Europeo del Año).

"Viejo Olmo" de Sliven en Bulgaria
En 2014 el preferido de los electores fue el “Viejo Olmo” de Sliven, en la lejanísima Bulgaria. Recibió 77.526 votos, ahí es nada. Hasta la fecha, desde aquí no se ha participado en tan valiosa convocatoria. Me da a mí que este 2015, la historia va a cambiar.                

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