lunes, 29 de septiembre de 2014

¿Es una araña? ¿es un cangrejo? No, es una…

Si en algún momento de vuestra vida os topáis -esto es más divertido imaginárselo muy tierra adentro-, con un animal que anda como un cangrejo pero que sabéis es una araña, no os quepa duda, es una araña cangrejo. Su particularísima forma de desplazarse se debe a que su primer y segundo par de patas son más largos y sólidos que los otros dos, tal y como hacen estos crustáceos decápodos en las playas, de lado; no acabo de entender qué se le pudo pasar por la cabeza al que inventó aquello de ir para atrás como los cangrejos.  O no había visto uno de estos animales en su vida o el día que alcanzó a verlos, andaba mermado en sus capacidades cognitivas.

No busquéis su tela, no la encontraréis, a las arañas de la familia Thomisidae no les va mucho lo de hacer calceta, ellas son más de darles un susto de muerte, nunca mejor dicho, a sus presas. Tienen una increíble capacidad para mimetizarse entre las piezas florales y aguardar a que en ellas se pose cualquier insecto polinizador, lo que incluye sírfidos (moscas con apariencia de avispas), abejas, avispas, mariposas o escarabajos, para caer sobre el incauto sin darle tiempo a reaccionar, agarrarlo con sus dos pares de patas anteriores, clavarle sus quelíceros en el cuello e inocularle su potente veneno.

Thomisus onustus haciendo de las suyas
Se ha llegado a dar el caso de fotógrafos de naturaleza que persiguiendo captar con su cámara la magia de una mariposa libando de una flor más que corriente, terminan llevándose a casa la imagen de una araña cangrejo en su mordisco fatal sobre el lepidóptero, algo que ni remotamente se esperaban.  

Se me han agudizado mucho los sentidos en los últimos años en que he podido dedicar más tiempo a darme largos paseos por el monte en compañía de mi cámara de fotos, mis prismáticos y mi libreta. Aún se me pasan, de vez en cuando, algunas cosas, pero no se me pasó, a principios de verano, una araña cangrejo que hacía de las suyas en un discreto barranco cercano a la localidad altoaragonesa de Lárrede. Un opistosoma con forma triangular me confirmó que estaba en presencia de una Thomisus onustus, especie cuyas hembras son bastante más amables con sus machos que las de otras arañas: tras el rato de disfrute les dejan marchar con todas sus extremidades intactas. Eso es amor.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Una gambadeta por Susín

Susin, ya lo sabréis quienes seguís este blog, es una idílica población que ha presidido, desde su altura, la Tierra de Biescas desde los mismos orígenes del Reino de Aragón. El pasado sábado tuve, otra vez, el privilegio de pasear por sus campos y ser testigo de algunas de las más bellas manifestaciones que la naturaleza puede ofrecer. Saltamontes esmeralda, arañas gigantes o inquietas mariposas salieron al encuentro de mi vagar errante y desenfadado, aunque serán los arácnidos, tan sólo, los protagonistas de mi historia. 

Araneus diadematus descansando oculta bajo un grupo foliar
La Araneus diadematus es una araña de tamaño considerable, sobre todo la hembra, fácilmente reconocible por la cruz blanca de su abdomen, atributo por el que recibe el nombre de araña de la cruz. Suele permanecer oculta bajo una hoja en las proximidades de su red, haciéndose singularmente invisible si no se presta la atención debida. En mi paseo crucé miradas con dos ejemplares de la especie. El primero se desplazaba por su tela –había una mosca de amarillentas tonalidades fatalmente prisionera- con la sutileza propia de un equilibrista en el alambre y la rapidez del relámpago en la tormenta. Lo que no sería del todo excepcional sin tomar en consideración que este bello arácnido es, en proporción al diámetro del cable que recorre, muchísimo más grande que una persona y tiene la friolera de… ¡ocho patas! El segundo, por su parte, custodiaba una presa envuelta en seda. Las arañas emplean esta técnica para preservar sus capturas cuando no tienen hambre. Es fascinante su modo de alimentarse pues segregan unos líquidos digestivos que, a modo de batidora, licuan los tejidos de la presa para ser succionados, una vez reducidos a caldo, hacia el estómago. Llegado a este punto he de admitir que me apena pensar que esta magnífica hembra, sobre la que ahora escribo, fallecerá en tan sólo unas semanas tras ocultar un capullo de seda esférico, con sus huevos, en las oquedades de algún árbol viejo y cansado. Sin embargo, el promisorio ciclo de la vida no se detiene y la descendencia romperá el receptáculo textil, una vez se hayan superado los hielos del invierno, para dispersarse en el entorno y que puedan repetirse estampas tan bellas como la que pude fotografiar.

Phalangium opilio a la carrera
Lejos de estar representados solamente por las arañas, los arácnidos encuentran en los opiliones, o segadores, especies de bella factura como el Phalangium opilio. Sus larguísimas y, en apariencia, frágiles patas y su cuerpo corto les confieren un aspecto, ciertamente, extraterrestre. Si bien, nada en la naturaleza es gratuito, con sus sentidos de la vista, oído y olfato muy disminuidos, estos arácnidos se guían por el tacto, de ahí la longitud de sus extremidades que actúan como sensores. Éstas, por cierto, pueden ser, en caso de peligro, amputadas voluntariamente para distraer al depredador, no regenerándose más tarde, por lo que no es difícil encontrar individuos adultos sin sus ocho patas reglamentarias. Se diferencian de las arañas en el número de ojos, dos frente a ocho, y en que éstos se sitúan en una especie de atalaya en la parte dorsal del cuerpo, el cual no se segmenta en dos partes diferenciadas. Además, en que no disponen de glándulas venenosas, aunque sí de quelíceros, apéndices bucales que emplean para sujetar el alimento. Me han transmitido siempre cierta ternura los segadores por su aspecto vaporoso y por ser unos auténticos incomprendidos. El gran público -tan alejados como estamos de la naturaleza-, tiende a confundirlos, sin remedio, con sus parientes más próximos, las arañas, y yo, sin poderlo remediar, me he posicionado siempre, inquebrantable, del lado de los incomprendidos.

martes, 16 de septiembre de 2014

A prado revuelto, ganancia de depredadores

Las praderas que aún conserva Susín, y que escaparon milagrosamente a la enfermiza ansia reforestadora del Patrimonio Forestal durante la dictadura, eran todavía un hervidero de biodiversidad a principios de septiembre. Entre las asteráceas y umbelíferas todavía en flor, agitaban sus alas, despreocupadas, distintas especies de dípteros –moscas para los amigos- e himenópteros –abejas, abejorros y avispas, también para los amigos-. Al paso de mis pies brincaban de mata en mata, como posesos, infinitud de ortópteros –saltamontes- de diferentes formas y muy variados tamaños y colores. Ajenos, en apariencia, a la escena pequeños lepidópteros –mariposas y polillas- de caprichosos atributos cruzaban delante de mis ojos captando mi atención; desestimaban unas flores y acometían el néctar o el refugio de otras.

Una asterácea, el tanacetum, rebosando en los prados de Susín
Entre tanto revuelo entomológico no podía faltar quien obtuviera del mismo su ganancia: el depredador de turno escondido entre la maleza esperando a ejecutar sobre tan abundantes presas su golpe certero. Y éste no podía ser otro que un mántido, sobre todo, si uno considera la cantidad de ootecas repartidas por Susín. Los mántidos adultos no son siempre visibles, sobre todo en los meses fríos, que superan en la fase de huevo, pero no es difícil encontrar estos objetos córneos e informes, que delatan su presencia, adosados a las piedras o a la vegetación, y en los que se adivinan cientos de compartimentos en los que la hembra aloja los huevos durante la puesta. En su origen son una masa espumosa que se endurecerá más tarde hasta conseguir su aspecto definitivo. No podía ser otro el depredador que un mántido y uno de bella factura e imponente estampa fue lo que encontré agazapado entre el herbazal: una Mantis religiosa.

Restos de una ooteca en una de las piedras que sostienen los muros de Susín
Al tomar las primeras fotografías, mientras desplazaba como buenamente podía toda la vegetación que se interponía entre mi objetivo y la mantis, lo primero que me resultó digno de admiración fue la capacidad para dirigir su mirada hacia cada uno de mis movimientos, sin perder detalle, con giros imposibles de su cabeza. Sin duda ese comportamiento respondía a su naturaleza depredadora, pues careciendo de él su éxito cazador se vería muy disminuido, poniendo en peligro la supervivencia de la especie. 

El depredador ha escuchado algo moverse a su espalda
Con ese modo tan tierno de observarme, me invadió cierta preocupación por si, con tanto coqueteo, se terminaba sintiendo atraída por mí; por su tamaño y su abdomen no era descabellado considerar que estuviera lidiando con una hembra. La idea me incomodaba, no podía obviar el fatal destino que espera a los machos de Mantis religiosa durante la cópula, cuando son devorados por su compañera. Ésta, además, inicia su ritual caníbal por la cabeza, cuidándose mucho de afectar, sin embargo, las zonas del sistema nervioso encargadas de continuar impulsando, incluso decapitado, su esperma al interior de la hembra. Es cierto que de esta forma la feliz mamá consigue un rápido aporte proteínico para sacar adelante su “pollada”, pero la verdad es que a mí, la idea de terminar de ese modo no me motivaba lo más mínimo.

Sus grandes ojos verdes compuestos no pierden detalle
Estaba claro que lo nuestro no podía ser, más que nada porque a mi considerable testuz la tengo en gran estima, y traté de que lo entendiera distanciándome lo necesario de sus grandes y hermosos ojos verdes compuestos, castigándola con el látigo de mi indiferencia. No intentó detenerme, se mantuvo en su posición natural, la que le ha dado el sobrenombre de "religiosa", al acecho de su próxima presa con sus patas anteriores plegadas cerca del rostro. No tardaría en caer con ese revuelo de principios de septiembre en Susín, ganancia de depredadores.

Al acecho

martes, 9 de septiembre de 2014

Hablan las piedras

Los vetustos muretes de piedra seca de Susin se pierden en la memoria de los fornidos robles que los custodian, habrán sostenido las calles del lugar, los prados bulliciosos y las tierras de labor y delimitado los herrados senderos que entran y salen del lugar durante siglos. Ya cansados, azotados por el éxodo rural, comienzan a ceder, algunos han echado tripa, otros se han desplomado sobre el pasto. En los últimos meses nuestra altruista dedicación a repararlos ha hecho que luzcan un magnífico aspecto y, además, en mi caso, me ha permitido gozar de nuevos y emocionantes descubrimientos que me han hecho reflexionar sobre algún inamovible pilar de nuestro conocimiento hasta tirarlo abajo. No es cierto que las piedras no hablan, una insensatez el famoso chascarrillo “es como hablarle a la pared”. Si sabes escuchar, ellas hablan.

Labores de reparación de muros de piedra seca en Susín
El de los tisanuros es uno de los órdenes más primitivo de los insectos, sus representes son ápteros, esto es, carecen de alas, y se caracterizan por tener forma de lanzadera con tres “colas”, dos cercos laterales y uno central y tener un aspecto brillante al poseer un cuerpo recubierto de escamas que van renovando en sucesivas mudas. En la cabeza tiene un par de antenas, si presentan ojos son compuestos y su aparato bucal es de tipo masticador. A pesar de no tener alas son especialmente ágiles, con los tres pares de patas reglamentarios de los insectos ubicados en el tórax. Son animales que precisan de la humedad para desarrollar su ciclo vital por lo que habitan entre las hojas muertas, debajo de las piedras o en cuevas. Harán de cualquier lugar húmedo en que puedan encontrar alimento su hogar, se pirran por los hidratos de carbono de origen vegetal, si bien son omnívoros como los seres humanos. Debe ser por lo familiares que les resultamos, al compartir tan singular preferencia alimentaria, que algunas especies son más que habituales en baños y cocinas, son los conocidos “pececillos de plata”, de la familia Lepismatidae, que dan buena cuenta del papel o la harina de nuestros domicilios. No son los únicos representantes de los tisanuros, sin embargo, de hecho, lo que nos encontramos en Susin, entre las piedras, recibe el nombre de “pececillo de cobre”, de la familia Machilidae. Y si con los lepismátidos puede quedar una pequeña duda razonable de su origen perdido en el tiempo, con los maquílidos las dudas se desvanecen, sus formas evidencian su nacimiento a una edad muy distante de la nuestra, propia del alborear de los tiempos.

Tisanuro de la familia Machilidae
Al desmontar los cansados muros de Susín para su recuperación y dejar al aire sus entrañas, los seres vivos que habitan en su interior nos cuentan qué se cuece entre los zaborros apilados con gran y minuciosa precisión. Es así como las piedras hablan, como relatan su historia y como nos comentan que entre sus planicies angulosas abunda la materia orgánica y se dibujan unas condiciones de humedad y temperatura que han estado presentes en nuestro planeta, al menos en algún lugar del mismo, desde el Devónico, hace entre cuatrocientos y trescientos cincuenta millones de años. Fue entonces cuando aparecieron los primeros insectos sin alas y, entre ellos, los tisanuros de la familia Machilidae. En caso contrario nunca hubieran podido llegar hasta nosotros, arrebatándosenos la posibilidad de admirar la maravillosa rareza de sus formas y obligándonos a seguir confiando en eso que se dice por ahí de que las piedras no hablan.

jueves, 4 de septiembre de 2014

Un estrepitoso fracaso

Por alguna peregrina razón que no alcanzo al comprender, el ser humano lleva unos cuantos siglos pretendiendo distanciarse lo más posible de la naturaleza. Si no fuera por lo dramático de la cuestión, hasta me haría gracia pensar en tan manidos mantras como el que afirma rotundo que es nuestra responsabilidad cuidar del medio ambiente, como si el zagal no lo hubiera hecho bastante bien hasta que esta obsesión de tener siempre más, sin atender a las consecuencias, haya terminado por ponerlo todo patas arriba. Lo cierto es que casi se ha conseguido, la gente va por este mundo pensando en el medio natural como algo muy alejado de su día a día, sin caer en la cuenta de que sus necesidades vitales básicas, las imprescindibles como el oxígeno del aire, el alimento o el agua, son satisfechas gracias a los servicios ambientales que aún hoy, y con la que le está cayendo, el entorno nos proporciona. Entrar a valorar aquí otros servicios como el disfrute del paisaje me parece, en este momento, inútil; me viene a la cabeza el modelo de ocio que idolatran muchos de mis conciudadanos y que pasa por no conocer más campo que el de fútbol ni más retiro interior que una desagradable mañana de resaca.  

Un habitual cartel publicitario con sorpresa
Por mi parte, me ha resultado siempre complicado entenderme como una criatura desvinculada por completo del resto de seres vivos que la rodean, lo que tiene poco que ver con los gratificantes paseos que me doy por el monte y mucho con experiencias más cercanas que me demuestran que ese empeño del ser humano por alejarse de la naturaleza tiene visos de terminar en un estrepitoso fracaso, si no termina llevándoselo todo por delante, que a tenor de cómo está la metereología me temo que es lo que será. Si no es así, y yo todavía albergo la esperanza de que entremos algún día en razón, habremos de congratularnos por ese sonado fracaso, al que habrá contribuido, precisamente, esa naturaleza a la que despreciamos un día sí y otro también y que nunca nos ha dejado por imposibles, haciendo lo que debe para probarnos que sigue allí, a la vuelta de la esquina. 

Dos salamanquesas esperando su cena
No me refiero, con esto, al hecho de que todo el mundo ande echando pestes de los mosquitos en los meses estivales, lo que es comprensible hasta cierto punto, sino a los regalos con los que la naturaleza nos obsequia precisamente en el ámbito urbano, donde el tráfico y las prisas nos distancian de esa parte de nosotros a la que deberiamos negarnos a renunciar. Regalos como las dos salamanquesas que rondaban su territorio a la caza de algún invertebrado con que saciar su apetito hace tan sólo un par de noches y cuyos perfiles se proyectaban perfectos sobre el cartel publicitario de una película estrenada recientemente. Dos reptiles nocturnos con sus cuerpos adaptados a la verticalidad de nuestros edificios que no son raros de ver en las calurosas noches del estío zaragozano pero que, por algún motivo que no acierto a descifrar, me parecieron mucho más bellos esta última vez. Dos siluetas que me recordaron mi pertenencia al medio natural, incluso en un entorno tan hostil como los edificios de hormigón y ladrillo de mi ciudad.



lunes, 1 de septiembre de 2014

Necesitamos el tren

Un ferrocarril convencional bien gestionado constituye el medio de transporte terrestre más eficiente y respetuoso con el entorno de todos los que el hombre ha sido capaz de desarrollar a lo largo de su historia. Sí lo es, aunque sea difícil de creer, e incluido el segway, esa aberrante plataforma con ruedas que se mueve gracias a la electricidad que le proporciona una batería y que podría motivar que los índices de obesidad, en una sociedad ya demasiado sedentaria, terminaran por dispararse y todos nosotros por tomar la apariencia de un tonel. Chascarrillos aparte, el tren permite transportar personas y mercancías consumiendo mucha menos energía que la carretera. Si la vía está electrificada, además, una parte de esa energía será obtenida a partir de fuentes renovables y autóctonas, no la habremos de importar como pasa con el diesel o la gasolina, y los trenes, cuando frenen, podrán devolver una parte de la electricidad que han consumido a la catenaria, haciendo que la eficiencia energética sea todavía mayor. Unido a lo anterior, para una misma capacidad logística, ocupa mucho menos espacio, destruyendo una cantidad menor de suelo fértil.

Es cierto que el ferrocarril no tiene la flexibilidad de la carretera, pero en Austria y Suiza, que sí han apostado desde siempre por este medio de transporte, más de un tercio de las mercancías son transportadas haciendo uso del mismo y la oferta para viajeros es amplísima, pudiéndose recorrer ambos territorios sin necesidad de disponer de un automóvil; bien saben que el ferrocarril no es asunto del pasado. En España, sin embargo, apenas un cuatro por ciento de las mercancías se mueven por ferrocarril y, si se exceptúan el AVE y los trenes turísticos, cuando se consulta la oferta para viajeros, dan más ganas de llorar que de subirse a un tren. Si de muestra bien vale un botón, pensemos en la línea Zaragoza-Teruel-Valencia que da servicio, entre otras, a las poblaciones del Jiloca. Viajar entre la capital del Ebro y la del Turia te toma más de cuatro horas, un recorrido que en coche no supone más de tres y media y que, para más inri, en tren te sale por un ojo de la cara y la córnea del otro. Que viajen las mercancías supone… bien, las mercancías entre Zaragoza y Valencia hacen su recorrido por Tarragona… sí, cristalino, sin comentarios.

La línea ferroviaria Zaragoza-Teruel, al fondo Cuencabuena
Las dos compañías que habían de llevar a puerto la construcción de esta línea, ideada en principio para transportar el mineral desde Sierra Menera, no se pusieron nunca de acuerdo y acabaron invirtiendo, cada una de ellas, en la suya. Hace unos años, dentro de su programa de Vías Verdes (una red de caminos que aprovecha los viejos ferrocarriles ya cerrados y sin uso), la Fundación de los Ferrocarriles Españoles desmanteló uno de estos trazados para permitir que circularan por él senderistas, jinetes y ciclistas, convirtiéndose, con el tiempo, en la Vía Verde más larga de Europa, la Ojos Negros-Sagunto. En otros lugares del viejo continente, así como en algunos del Canadá, estas infraestructuras constituyen un importantísimo motor económico para los territorios que atraviesan. La razón es sencilla, embarcados en una travesía que puede durar tres, cuatro, cinco días y que realizan sin automóvil y, en consecuencia, sin maletero, sus usuarios necesitan abastecerse de alimentos sobre el terreno y pernoctar una vez la jornada de viaje ha concluido, lo que llevan a cabo haciendo uso de la oferta hotelera disponible: hostales y viviendas de turismo rural regentadas por familias residentes en la zona. En otras palabras, que se dejan los dineros en el territorio contribuyendo a fijar población. Sí, esto también es difícil de creer tan poco acostumbrados al cicloturismo como lo estamos en Aragón pero es cierto. ¿No me creéis? Daros una vuelta por La Garrotxa, en Gerona, recorred la Vía Verde de “El Carrilet” y comprobadlo por vosotros mismos.

Puente ferroviario en Luco de Jiloca de la desmantelada Caminreal-Calatayud
No obstante, para que la Ojos Negros-Sagunto sea ese motor económico en el Jiloca, para revertir la grave situación demográfica de muchos de nuestros lugares, la vía férrea y su material circulante han de estar en condiciones, han de poder acercar a las personas que deseen recorrerla desde cualquier punto de Europa. Los carriles, adaptados a los criterios de gestión propios del siglo XXI, serán mantenidos económicamente, no sólo por los convoyes de viajeros, sobre todo, por las mercancías de las industrias aragonesas que transitarán, bien en dirección a Europa por Canfranc (una vez reabierto el paso internacional en 2020) o bien hacia la salida marítima natural de Teruel en Castellón. La inversión no es elevada pues la infraestructura ya está construida, incluso en estos tiempos de zozobra presupuestaria es factible llevar la renovación a cabo. Por su parte, los trenes de pasajeros, con horarios atractivos y espacios adaptados al transporte de bicicletas, ofrecerán el servicio necesario para hacer bueno el dinero inyectado, hace unos años, en la vía verde y, sobre todo, vertebrarán los hermosos pueblos nuestros que agonizan ante la falta de oportunidades para los jóvenes. ¿Y qué es lo mejor de esta propuesta, de este sueño posible? Pues que se estaría apostando, de verdad, por un modelo sostenible de desarrollo, basado en aprovechar lo que ahora existe con el mínimo impacto ambiental posible y que impulsaría la economía local, poniendo en valor, más todavía, los valores ambientales y artísticos del territorio. Unido a esto, se mejoraría la logística de las industrias asentadas en el Jiloca, las cuales podrían optar por mover sus mercancías por un medio de transporte, según su destino, mucho más barato como es el tren e, igualmente, con menor impacto ambiental. Para llevar esto a puerto no serían necesarios más taludes ni desmontes, grandes obras de ingeniería ni expropiaciones forzosas y se reduciría la contaminación atmosférica y acústica que provoca el tráfico rodado de automóviles y camiones y nuestra dependencia energética del exterior. 

El tren Zaragoza-Teruel a su paso por Cuencabuena
Acudiendo a la última Fiesta del Chopo Cabecero, desde Luco de Jiloca en el medio de transporte más respetuoso con la naturaleza que existe (el zapato), coincidí cerca de Cuencabuena con el tren de pasajeros que une, con más pena que gloria, las poblaciones de Zaragoza y Teruel. El exiguo espacio que ocupa la vía me resultó fehaciente prueba de su respeto por el entorno y verlo surcar la paramera con esa parsimonia sinuosa que lo caracteriza, llenó mi espíritu de esperanza. Sin duda es un superviviente, incluso abandonado de todos se mantiene en sus trece, seguro de que pronto llegará su momento cuando comprendamos que, para el futuro, necesitamos el tren.