jueves, 1 de diciembre de 2016

La Sierra de Albarracín en Bicicleta: Griegos-El Algarbe (II)

Miradas de sorpresa. “¡Ya estás aquí!” me dice José, convencido de que, de darles alcance, no lo iba a hacer con tanta celeridad. La explicación es sencilla. Por pista, los coches no pueden sacar de su motor, lo que pueden sacar en carretera y la bicicleta, sin embargo, si el firme está bien, como ha sido el caso, consigue más de su mecánica y de la tracción animal que la impulsa, de lo que, engañosamente, pueda parecer. 

Valle del Cabriel
Descender este vallecillo ha sido una experiencia extraordinaria. Dejar que la pendiente termine el trabajo y disponer mi cuerpo, en pie sobre la bici, con el cometido único de distribuir su peso para que actúe de timón y esquivar, de este modo, los baches y piedras que pueden suponer un riesgo serio de caer y morder el polvo, es un gustazo. 

Una orquídea: Platanthera sp.
En nada me doy de bruces con los coches, aparcados a escasos metros del amplio camino. Acuesto el velocípedo en las verdísimas y largas herbáceas del fondo del valle, que mucha humedad conserva, y voy a unirme con el grupo. El paseo nos conduce a algunos otros bellísimos ejemplares y, en mi caso y en el de alguno más, a la fotografía de invertebrados: lepidópteros y coleópteros (mariposas y escarabajos para los amigos). 

Una nimfálida: Coenonympha glycerion
Mariposas del género Melagarnia han sido habituales estos días. Por mi experiencia, los licénidos lo son habitualmente. Aunque esto cabría relativizarlo. Mi admiración por ellos deja impresa en la memoria encuentros sin fecha ni horario, encuentros que mueven a mi razón a considerarlas abundantes cada mes de climatología agradable y es muy posible (bendita humildad), que esto no sea así. Mi cuaderno de campo es un desastre los días en que la galbana se apodera de la parte racional de mi espíritu naturalista y presto toda mi atención a la observación de las formas y de los colores, y todo mi desafecto, a los latinajos y la fenomenología. 

Una licénida: Polyommatus icarus
Me da a mí que José está ralentizando todo un poco para que a mí me de tiempo de participar de la jornada. ¡Será bribón! El grueso del grupo marcha hacía Frías en los coches, al condumio, si bien harán antes una parada en altura, en las proximidades de la Peña de los Ajos, para ver a la mariposa apolo.  Si hay suerte, claro. Un hermoso lepidóptero de la familia Papilionidae, de alas de algodón blanco, con ocelos negros y sanguinos que yo tuve la fortuna de observar, a decenas, no hace mucho en Rubielos de la Cérida, donde fue nacido el abuelo allá por 1917. La presunta estratagema (no deja de ser una suposición no contrastada) de José me concederá un tiempo precioso; recorreré la distancia entre el Cabriel y la sima de Frías y podré, incluso, detener mi velocípedo para tomar algunas fotos de la altiplanicie. A mi derecha se yerguen magníficos los Montes Universales. 

 Un coleóptero: Milabris quadripunctata
Yo no pierdo altura, tampoco la gano. Amarillea todo en derredor. Año seco. Las sabinas rastreras, bien tupidas sobre el pajizo herbazal, alcanzan a hipnotizarme. Me llego a la sima de Frías cuando lo hace el resto. El boquete es descomunal, aquí parece que el techo de la gruta, excavada por el agua tras miles de años de paciente acción erosiva sobre el carbonato cálcico, se vino abajo. Rodeamos la dolina en un paseo breve. Los negativos de varios fósiles marinos han quedado impresos en varios puntos, a la orilla del vacío. Voy deshidratado. Menos mal que no queda nada ya a Frías y que es, lo que resta, una bajada placentera. 

Un segundo coleóptero: Amphimallon solstitiale
Comemos en el Mesón Alto Tajo. Estamos un grupillo de “comeflores” y nos tratan fetén, fetén. Migas y pisto. Disfruto enormemente de la conversación a este lado de la mesa. Roser y José María viven en Barcelona, si bien él tiene (no recuerdo ahora si todas, al menos sí una parte) sus raíces en Pozondón. Están cansados de los agobios de la gran ciudad y se están planteando, seriamente, una vida a este lado del mundo. El gran inconveniente, para variar, el cocido. Dónde, o cómo, podrían obtener los ingresos, que no por ser menores, dejarían de ser necesarios. Me enternece su iniciativa, yo algunos días, y cada vez más a menudo, pienso también en volver.

Inmediaciones de la Peña de los Ajos
José María también le da al deporte de la canasta. En ocasiones dispara al aro en la cancha de Pozondón, cuando la luz del día decae y las sombras se hacen de una longitud insondable en la paramera. La pista y el frontón por los que pasé mi primer día de pedaleo, rumbo a Orihuela del Tremedal, son su patio de juegos. Quizá en otro viaje yo pedalee, como en éste, por el lugarón y podamos disparar a ese solitario aro de Pozondón juntos. Y quién sabe, quizá entonces, estemos ya todos de vuelta.

Sima de Frías
Concluye la sobremesa. Despedidas y deseos de lo mejor. Han sido dos días estupendos. A ver si repiten, los de AETSA, el año que viene y me puedo acercar, de nuevo, a lomos de mi, nunca bien ponderada, compañera de metal y accesorios varios, de no metal. Como en otros saraos del estilo, sé que no volveré a coincidir con muchos de los asistentes. Dos días no dan para mucho, y hay con quien no he cruzado palabra, pero aun a pesar de eso, nos une compartir intereses y eso siempre deja en mí, con las despedidas, una sensación de desamparo. Además, a partir de ahora, habré de proseguir en soledad y la circunstancia, amplia esa sensación a niveles desconocidos para mí. 

Desde el Alto los Pozuelos
Agito mi mano al pasar junto a sus coches. He tomado el desvío hacia Moscardón. Me pregunto cuál será su gentilicio y sonrío entre mí. He de subir el Alto los Pozuelos. Buena rocha, mejor todavía recién comido. A mis pies, y a sus ruedas, quedará toda la dehesa cuando culminemos la ascensión. Me sentaré un rato y pensaré en el día y en que la superficie abrupta sobre la que Frías se asienta es, al espíritu, un presente inigualable. No deseo marchar, por alguna extraña razón que no acierto a comprender, que tampoco acertaría a explicar, podría quedarme en la contemplación del espectáculo horas enteras, puede que días enteros. Pero existe, igualmente, belleza en el sendero que uno sigue mientras anda siguiéndolo, (cicla siguiéndolo, en mi caso). Voy a llanear un ratico y luego será ya todo bajar hasta Moscardón.

Antes de llegar al pueblo, me detengo a la sombra de un monumental pino negral. Hemos cambiado ya de piso, la altitud es sensiblemente inferior y los pinos silvestres han quedado atrás. El hermano vegetal ha recibido el impacto de un relámpago, el cual ha dejado su rubrica impresa a lo largo de todo el tronco como un recordatorio de que hay poderes inmensos, mayores que la mano del ser humano y que hacen, y deshacen, a su antojo. 

Pinus nigra monumental en Moscardón
Voy deshidratado todavía. En Moscardón hago una parada larga. Me ha resultado sorprendente el emplazamiento: la ventana abierta a la barranquera, el arroyo de el Castellar abajo, discurriendo en la compañía del susurro foliar de los chopos y las sargas, y el pueblo encaramado, como haciendo equilibrios a su orilla. Destaca la Iglesia Parroquial, el edificio es imponente. Un edificio religioso fortificado del siglo XVI que pudo tener comunicación visual con la torre del Andador, en Albarracín, según sostiene la tradición oral. Y quedo embrujado por la sencillez honesta de su plaza, por el porticado del ayuntamiento y las casas en derredor que conservan ese aroma de la arquitectura adscrita al terreno y al clima. 

Llego al Algarbe, destino para hoy. El último tramo se me hace duro por lo justico que voy hoy de fuerzas. En uno de los bares del pinar, en su terraza, me doy un homenaje en forma de un par de botellines de cerveza de tercio. ¿O fueron tres? Ya no recuerdo. Sólo que al entrar en la pradera, en las inmediaciones del establecimiento, quien parece regentar el bar me increpa diciéndome: “aquí no se puede entrar con vehículo”. Su tono me incita a considerar que no está hablando en serio, aunque su semblante indica lo contrario. Con todo, le respondo, siguiendo con la presunta broma: “¿de esta clase tampoco?” “De esos precisamente.  Esos, cuanto más alejados, ¡mejor! no se me vaya a pegar algo”. Y ambos reímos con su ocurrencia. 

Moscardón
Mientras doy cuenta de la cerveza, y descanso, entablo una amigable conversación con él y las personas que, con él, están sentadas a escasos metros, también en la terraza. Cuando presiento que la pereza va a hacer acto de presencia, y va a terminar por desplomarme, me encamino hacia el campin. 

En apenas veinte minutos estoy instalado. Paseo, que haya poco dispendio en edificios me agrada. Una ducha rápida me deja como nuevo (esta manida expresión no se la cree nadie). El día ha sido duro, las temperaturas andan desbocadas (para la fecha en la que nos encontramos), y no he bebido el agua necesaria. Mañana habré de levantar temprano, para pedalear con no demasiado calor. Antes de marchar a dormir me cocino esa bazofia precocinada con setas que he transportado hasta aquí desde Santa Eulalia y, lo que es muchísimo peor, me la como. 

Con lo que me gusta cocinar, y comer bien, no sé como puedo abrevarme semejante ponzoña con tanta ligereza.

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