miércoles, 24 de septiembre de 2014

Una gambadeta por Susín

Susin, ya lo sabréis quienes seguís este blog, es una idílica población que ha presidido, desde su altura, la Tierra de Biescas desde los mismos orígenes del Reino de Aragón. El pasado sábado tuve, otra vez, el privilegio de pasear por sus campos y ser testigo de algunas de las más bellas manifestaciones que la naturaleza puede ofrecer. Saltamontes esmeralda, arañas gigantes o inquietas mariposas salieron al encuentro de mi vagar errante y desenfadado, aunque serán los arácnidos, tan sólo, los protagonistas de mi historia. 

Araneus diadematus descansando oculta bajo un grupo foliar
La Araneus diadematus es una araña de tamaño considerable, sobre todo la hembra, fácilmente reconocible por la cruz blanca de su abdomen, atributo por el que recibe el nombre de araña de la cruz. Suele permanecer oculta bajo una hoja en las proximidades de su red, haciéndose singularmente invisible si no se presta la atención debida. En mi paseo crucé miradas con dos ejemplares de la especie. El primero se desplazaba por su tela –había una mosca de amarillentas tonalidades fatalmente prisionera- con la sutileza propia de un equilibrista en el alambre y la rapidez del relámpago en la tormenta. Lo que no sería del todo excepcional sin tomar en consideración que este bello arácnido es, en proporción al diámetro del cable que recorre, muchísimo más grande que una persona y tiene la friolera de… ¡ocho patas! El segundo, por su parte, custodiaba una presa envuelta en seda. Las arañas emplean esta técnica para preservar sus capturas cuando no tienen hambre. Es fascinante su modo de alimentarse pues segregan unos líquidos digestivos que, a modo de batidora, licuan los tejidos de la presa para ser succionados, una vez reducidos a caldo, hacia el estómago. Llegado a este punto he de admitir que me apena pensar que esta magnífica hembra, sobre la que ahora escribo, fallecerá en tan sólo unas semanas tras ocultar un capullo de seda esférico, con sus huevos, en las oquedades de algún árbol viejo y cansado. Sin embargo, el promisorio ciclo de la vida no se detiene y la descendencia romperá el receptáculo textil, una vez se hayan superado los hielos del invierno, para dispersarse en el entorno y que puedan repetirse estampas tan bellas como la que pude fotografiar.

Phalangium opilio a la carrera
Lejos de estar representados solamente por las arañas, los arácnidos encuentran en los opiliones, o segadores, especies de bella factura como el Phalangium opilio. Sus larguísimas y, en apariencia, frágiles patas y su cuerpo corto les confieren un aspecto, ciertamente, extraterrestre. Si bien, nada en la naturaleza es gratuito, con sus sentidos de la vista, oído y olfato muy disminuidos, estos arácnidos se guían por el tacto, de ahí la longitud de sus extremidades que actúan como sensores. Éstas, por cierto, pueden ser, en caso de peligro, amputadas voluntariamente para distraer al depredador, no regenerándose más tarde, por lo que no es difícil encontrar individuos adultos sin sus ocho patas reglamentarias. Se diferencian de las arañas en el número de ojos, dos frente a ocho, y en que éstos se sitúan en una especie de atalaya en la parte dorsal del cuerpo, el cual no se segmenta en dos partes diferenciadas. Además, en que no disponen de glándulas venenosas, aunque sí de quelíceros, apéndices bucales que emplean para sujetar el alimento. Me han transmitido siempre cierta ternura los segadores por su aspecto vaporoso y por ser unos auténticos incomprendidos. El gran público -tan alejados como estamos de la naturaleza-, tiende a confundirlos, sin remedio, con sus parientes más próximos, las arañas, y yo, sin poderlo remediar, me he posicionado siempre, inquebrantable, del lado de los incomprendidos.

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