lunes, 2 de junio de 2014

Cotorras y grajillas... ¡¡¡Grajillas!!!

Si hay una cuestión que resume una parte importante de las miserias de la globalización, esa no es otra que los graves problemas asociados a la invasión de especies exóticas, las cuales suponen una de las principales causas de pérdida de biodiversidad a nivel mundial. Sacadas, con la inestimable ayuda del desastroso ser humano, de su área de distribución natural y de su potencial área de dispersión, ya sea en forma de individuos adultos o juveniles, gametos, semillas, huevos o propágulos que puedan sobrevivir o reproducirse, estas especies te la suelen liar. Así, afectan muy negativamente a las autóctonas bien debido a la competencia que surge por ocupar un mismo lugar en el ecosistema; a su irrupción en las cadenas tróficas, pues constituyen un nuevo actor habitualmente muy voraz y libre de depredadores naturales y, en consecuencia, desequilibrante; o a la transmisión de enfermedades de las que son portadores. Es lo que sucede con el visón americano y el europeo, que ocupan un mismo nicho ecológico y de cuya competencia el mustélido europeo sale bastante mal parado; con el siluro y su insaciable apetito y el resto de especies piscícolas en el río Ebro; o con el cangrejo de río americano, portador de la afanomicosis, un hongo al que ésta especie es resistente, pero al que no lo es el cangrejo común y que ha sido causa de su virtual desaparición en la Península Ibérica. Y también están las afecciones negativas directas a la economía y al bienestar de las personas como es el caso de la avispa asiática, cuyas agresiones a las colmenas de abejas melíferas traen de cabeza a los apicultores, o de las escandalosas cotorras argentinas, en cuya proximidad no hay forma humana de dormir la siesta.

Una cotorra argentina en labores de mantenimiento
Éstas últimas fueron avistadas en territorio peninsular, por primera vez, a finales de los setenta en Barcelona y en apenas tres décadas y media se han extendido a los parques de muchas de nuestras ciudades sin que los esfuerzos por controlarlas hayan dado resultado. Zaragoza no podía ser una excepción, como tampoco un barrio como el Actur en el que un importante porcentaje de su superficie se ha destinado a zonas verdes. Muchos de sus árboles lucen, seguro que no orgullosos pues son susceptibles de ocasionarles graves daños por su peso, uno, o varios, de los imponentes nidos de estas aves para los que se necesita un importantísimo número de ramas de diversos diámetros que las cotorras arrancan con su sólido pico destrozando sistemáticamente la vegetación. La ausencia de depredadores y escaso celo en su control ha permitido medrar a las cotorras argentinas hasta el momento, quizá sean las propias leyes de la ecología, sin embargo, las que vayan imponiendo a estos psitácidos ciertos límites. ¿En qué estoy pensando? En ciertos episodios de los que fui privilegiado espectador hará ahora más de un año, a mediados de abril de 2013, y que se han vuelto a repetir unos doce meses más tarde. Durante varias semanas, casi cada mañana, pude observar como una bandada de grajillas de unos seis ejemplares acosaban uno de los nidos de cotorra argentina emplazado en un espacio verde próximo a mi domicilio. Mientras uno o dos ejemplares hacían su entrada en el nido, el resto se quedaba de guardia en el exterior e intimidaba a las cotorras, las cuales se alejaban algunos metros de su vivienda a esperar que la razia concluyera, sin dejar de emitir sus estridente llamada de alerta. En una de estas incursiones, la más reseñable en mi opinión, una de las grajillas salía del interior del nido como alma que lleva el diablo con un huevo en su pico, siendo seguida de inmediato por sus compañeras lejos del parterre. En otra, un adulto, posado en la parte superior del armazón de ramas, devoraba algo con avidez sin que pudiera, desde mi posición, acertar a discernir qué se estaba tragando el pequeño córvido, aunque es muy posible que lo que aquel adulto de grajilla se estuviera metiendo entre vientre y obispillo fuera un pollo de cotorra argentina. 

Más de media docena de grajillas de incursión
Fueron muchas las ocasiones en que la bandada de grajillas, que bien podría no ser la misma, abandonaron sin presa la estructura, lo que puede explicarse en términos de una excesiva presión sobre la colonia de cotorras y, a resultas, un nido vacío de huevos y pollos sobre los que rapiñar. Los pequeños loros, por su parte, una vez se les dejaba en paz se apresuraban en reparar los destrozos causados en su vivienda o en modificar su disposición para impedir nuevas razias, tarea esta última en la que no han tenido jamás éxito alguno. En otras zonas verdes del barrio, en otros nidos, también he podido constatar incursiones de grajillas, luego me atrevo a indicar que no escribo aquí de un caso aislado, que ante la aparente pasividad e inoperancia de la Administración para con la necesidad de controlar la expansión de las cotorras argentinas, un experimentado ladrón de huevos y pollos como la grajilla, se ha decidido a echarnos una mano a las personas de bien para que nos sea posible, un día no muy lejano, dormir la siesta en condiciones.

Grajilla saliendo del interior de un nideo de cotorras

1 comentario:

  1. Hola Diego. Yo también he presenciado estos comportamientos: este año en Avda. María Zambrano y en 2013 en la orilla dcha. del Ebro entre los puentes de La Almozara y de Santiago, aquí las vi devorando pollos sin emplumar de cotorras. También he notado un incremento de las grajillas en Zaragoza estos últimos años.
    Saludos

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