martes, 9 de septiembre de 2014

Hablan las piedras

Los vetustos muretes de piedra seca de Susin se pierden en la memoria de los fornidos robles que los custodian, habrán sostenido las calles del lugar, los prados bulliciosos y las tierras de labor y delimitado los herrados senderos que entran y salen del lugar durante siglos. Ya cansados, azotados por el éxodo rural, comienzan a ceder, algunos han echado tripa, otros se han desplomado sobre el pasto. En los últimos meses nuestra altruista dedicación a repararlos ha hecho que luzcan un magnífico aspecto y, además, en mi caso, me ha permitido gozar de nuevos y emocionantes descubrimientos que me han hecho reflexionar sobre algún inamovible pilar de nuestro conocimiento hasta tirarlo abajo. No es cierto que las piedras no hablan, una insensatez el famoso chascarrillo “es como hablarle a la pared”. Si sabes escuchar, ellas hablan.

Labores de reparación de muros de piedra seca en Susín
El de los tisanuros es uno de los órdenes más primitivo de los insectos, sus representes son ápteros, esto es, carecen de alas, y se caracterizan por tener forma de lanzadera con tres “colas”, dos cercos laterales y uno central y tener un aspecto brillante al poseer un cuerpo recubierto de escamas que van renovando en sucesivas mudas. En la cabeza tiene un par de antenas, si presentan ojos son compuestos y su aparato bucal es de tipo masticador. A pesar de no tener alas son especialmente ágiles, con los tres pares de patas reglamentarios de los insectos ubicados en el tórax. Son animales que precisan de la humedad para desarrollar su ciclo vital por lo que habitan entre las hojas muertas, debajo de las piedras o en cuevas. Harán de cualquier lugar húmedo en que puedan encontrar alimento su hogar, se pirran por los hidratos de carbono de origen vegetal, si bien son omnívoros como los seres humanos. Debe ser por lo familiares que les resultamos, al compartir tan singular preferencia alimentaria, que algunas especies son más que habituales en baños y cocinas, son los conocidos “pececillos de plata”, de la familia Lepismatidae, que dan buena cuenta del papel o la harina de nuestros domicilios. No son los únicos representantes de los tisanuros, sin embargo, de hecho, lo que nos encontramos en Susin, entre las piedras, recibe el nombre de “pececillo de cobre”, de la familia Machilidae. Y si con los lepismátidos puede quedar una pequeña duda razonable de su origen perdido en el tiempo, con los maquílidos las dudas se desvanecen, sus formas evidencian su nacimiento a una edad muy distante de la nuestra, propia del alborear de los tiempos.

Tisanuro de la familia Machilidae
Al desmontar los cansados muros de Susín para su recuperación y dejar al aire sus entrañas, los seres vivos que habitan en su interior nos cuentan qué se cuece entre los zaborros apilados con gran y minuciosa precisión. Es así como las piedras hablan, como relatan su historia y como nos comentan que entre sus planicies angulosas abunda la materia orgánica y se dibujan unas condiciones de humedad y temperatura que han estado presentes en nuestro planeta, al menos en algún lugar del mismo, desde el Devónico, hace entre cuatrocientos y trescientos cincuenta millones de años. Fue entonces cuando aparecieron los primeros insectos sin alas y, entre ellos, los tisanuros de la familia Machilidae. En caso contrario nunca hubieran podido llegar hasta nosotros, arrebatándosenos la posibilidad de admirar la maravillosa rareza de sus formas y obligándonos a seguir confiando en eso que se dice por ahí de que las piedras no hablan.

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